martes, 14 de agosto de 2007

Adrián Campillay - San Juan


Una niña va a atravesar el parque. De una punta a otra los árboles la asustan con sus marañas. Es el día pero teme porque cree, ha visto a la muerte sentada en un banco, allá, donde desapareció en el vuelo de un pájaro.
Contra el pecho aprieta el puñal y entra en la acera, a su costado hay flores amarillas y fantasmas.
Es una niña como todas, tiene el pelo suave y un vestido azul, un puñal largo bajo la manga. Al pasar bajo las enredaderas boscosas, no hay nadie; tampoco del otro lado de las palmeras silenciosas en donde comienzan las huellas negras.
De una punta a otra los árboles la asustan. Es una niña como todas, así es que aprieta el puñal contra el pecho, justo cuando va a oscurecer y las huellas se pierden poco a poco en el sendero de lilas, a donde por alguna razón iba esa tarde de sol, pero eso fue atrás, cuando era apenas una niña, y la hoja del puñal no era lo único que alumbraba el corto camino por donde antes, pero eso fue atrás, creyó ver a la muerte sentada en un banco.


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