Al TH
En busca del jardín perdido. Azarosa caminata por senderos que la ausencia bifurcó.
De pronto, quietas piezas inician su juego. Un peón -ladino y agresor, como lo calificó el escritor ciego- avanza. Es ese julio en el que te decapitaron la palabra. Contraatacan ligeros caballos, oblicuos alfiles. Son aquellos julios en los que siempre volvía para vivir entrañablemente mis lugares en la casa grande, territorio interior donde el tiempo se adormecía tan sin urgencias como lo hacía yo, arropada por las formas precarias y el olor espeso del ñandubay ardiendo en la chimenea. Aquéllos, en los que compartíamos un cognac mientras me leías los avances en tu traducción de Baudelaire, tus últimos versos o contrapunteábamos en mil temas, sabedores ambos de que, al final, oficiaríamos el rito ineludible de vagabundear por tus colecciones.
La conocí en uno de los recorridos y anduvimos juntas -qué anacronismo- durante años. Cuando mi cuello, cansado de su peso excesivo la negó, ella fingió resignarse al olvido de los bronces solemnes. Pero en este julio cíclico, la trágica reina gana la partida. Aquí estamos hablando como antes y todo un lenguaje exiliado por tanta desmemoria, ya es sólo literatura.
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