Su labor era la de pesar a los bebés cuando nacían. Su instrumento consistía en una cuna, un cesto de mimbre que colgando de una cadena se unía a un cronómetro. Era una pesa, en la cual ella veía el tiempo de vida que le correspondía a esa alma. Luego informaba a sus primas la cantidad de lana que había, y ellas se encargaban de administrar el tejido. Es decir, de labrar el destino.
Con el tiempo, y por algún capricho de algún poeta o profeta o juglar o artesano con un buen sentido del marketing, este material de textura se convirtió en cera, y así la muerte pasó a significar un soplido más o un soplido menos.
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