Sueño. El aleteo de una mosca zumba agudo y me revuelve el estómago lleno del vino de anoche. Es un sonido vibrante detrás de mi oreja, semejante al de un resorte que se suelta, exactamente lo que se escucha por dentro cuando uno lo ha perdido todo, incluso la cordura, algo muy parecido al sonido de un resorte que acaba de soltarse.
Tengo calor; huyo por unas escaleras mecánicas infinitas unidas en círculo como una serpiente que se muerde su propia cola. Me paso insistentemente la lengua reseca por los labios y reúno fuerzas para vencer la lógica bajando hasta las oscuras profundidades. Entre la bruma rojiza alcanzo vislumbrar a Vulcano, transpirado, golpeando con su enorme martillo unas campanas de bronce. Lo saludo pero él no puede verme.
Mi pulso se acelera. He vuelto a la escalera infernal. Corro como un hámster, soy momentáneamente feliz y casi logro convencerme y no oír los teclados de la puta oficina, el ruido insistente de mil teclados que vibran al unísono como el aleteo de una mosca que intenta despertarte o como el sonido mudo que uno anticipa cuando un resorte va a soltarse. Sí, muy parecido al sonido enloquecedor que uno puede anticipar de un resorte, de un resorte a punto de soltarse.
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